¡Se me acabaron las vacaciones! Ya he vuelto a este pequeño infierno que es Santiago en enero (sólo por el calor, pues hay varias actividades en nuestra querida capital), con pocas ganar de retomar todas mis obligaciones y proyectos y con la ilusión de la inminente llegada de mi próximo hijo (Tomás Emilio) que debería acercarse a estas tierras a fines del presente mes o principios de febrero.
Pero las vacaciones fueron muy buenas, cansadoras, agotadoras, pero buenas. Como siempre en mi entrañable balneario de Quintero, con parte de mi familia, Katia, de ocho meses de embarazo, y los cuatro chicos que revolucionaron todo: Dieguito, Gabriela, Cony y Felipe. Dos semanitas que las pasamos jugando y comiendo!!! y en donde quedaron varias anéctodas que contar.
En nuestras habituales cacerías de jaibitas, nos encontramos con una jaiba mora de las grandes. En la última roca que me tocó levantar encontramos semienterrada la jaiba más grande de toda nuestra historia de buscadores de jaibitas (tamaño XL, de las que venden en los puestos en la caleta) y obviamente la llevamos a casa, a duras penas pues no cabía en ningún balde. Según nuestras costumbres, al día siguiente devolvemos al mar todas las jaibitas recoletadas, pero nos encontramos con la sorpresa que la jaiba mutante (así la llamaron los chicos) amaneció muerta así que hicimos lo único que se podía hacer: la cocinamos y la comimos, cual Homero Simpson en el famoso capítulo en que se come llorando a su langosta luego de su baño en agua caliente. Estaba bien buena.
También fuimos varias veces en tropel a Ritoque, una exquisita playa de fina arena blanca cercana a Quintero, donde los chicos se bañaban horas y horas, jugando en las olas arriba de su cocodrilo (un inflable que duró justo hasta el último día). En una de esas oportunidades coincidimos con la estupenda Cata Pulido, a quien tuvimos de ocasional compañera de playa. Estupenda la chica.
Y por último, los juegos ubicados en la tradicional plaza del centro. Estaban mejor este año que los anteriores y a pesar de mis perjuicios sobre la seguridad de los mismos, los chicos se subieron a los más llamativos y la pasaron muy bien. A mi me tocó acompañar a mi sobrina Cony de 10 años en la rueda de la fortuna y casi me muero de la impresión. Las alturas no son lo mio.
En fin, mucho que contar y atesorar. Unas inolvidables vacaciones. Ahora de vuelta a la realidad.
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