domingo, 28 de enero de 2007

La Pequeña Gigante

Nadie en Santiago ha podido sustraerse del embrujo de la "Pequeña Gigante", esa enorme y hermosa marioneta gigante que trae la compañía gala de teatro callejero Royal de Luxe, poniéndole broche de oro al festival de teatro "Santiago a Mil 2007".
Cientos de miles de chilenos (sí, muchos han venido de provincias especialmente para ver este espectáculo) han podido observar de cerca a esta maravilla, de siete metros de altura y con casi treinta toneladas de peso, que fascina por igual a chicos y grandes, de una ternura impresionante, tan bien accionada que pareciera viva. El trabajo de sus gestos, de sus ojos es simplemente genial, si se tiene la impresión que mirara todo a su alrededor.
Como podrán adivinar, he sido uno más de los que han caido rendido a su encanto. Tuve el privilegio de verla en la Plaza de Armas de Santiago, en la tarde del viernes pasado, desde un sexto piso, lugar que me daba una excelente perspectiva de todo lo que significado esto para Santiago. La gente reunida era impresionante. Se calculaba en más de 30 mil personas sólo en ese lugar, la que seguía admirada cada movimiento de la Pequeña Gigante, hasta verla acostarse y descansar en su enorme cama, para seguir al día siguiente con su tarea, encomendada por la propia Presidenta de la República, capturar a un gigante rinoceronte, el que -debido al nerviosismo de la ciudad- ha causado algunos destrozos por todo el centro de Santiago, tal como nos muestra la fotografía, de dos microbuses destruidos frente al Palacio de La Moneda.
La magia de la historia, la ilusión de ser parte de un proyecto tan vivo y cercano a la gente, la fuerza de la representación magistral que logran sus liliputenses operadores, se conjugan para crear un espectáculo como no se había visto nunca por estos lados. Familias enteras disfrutando de una fantasía colectiva que ha revolucionado la capital. En muchos puntos de ésta hay rastros del paso del asustado rinoceronte y todos queremos ser parte del momento en que la Pequeña Gigante lo encuentre y lo calme, sentirnos participando de una historia única y nuestra, que nos haga olvidar todos nuestros problemas y vivir por algunos minutos un verdadero cuento de hadas, en que todo es posible.
Sin duda, este ha sido un enorme acierto, con una covertura mediática impresionante, de un éxito insospechado aún para los propios organizadores, que debe hacernos pensar en muchísimas cosas, como país, como sociedad. Tratar de responder el por qué la gente se volcó en masa a ver este espectáculo, que prendió en todos los niveles de la población; explicarnos qué gatilló que todos hablaran de esta marioneta, que todos quisieran estar cerca de ella y que nadie quedara indiferente ante el paso de ella; intentar desentrañar que fibras tocó de la población que la animó a participar, a divertirse, en fin, muchas preguntas que deberán encontrar respuesta (a niveles sociológicos y sicológicos) que pueden servirnos para crecer como sociedad.

domingo, 14 de enero de 2007

No creo en el Transantiago

Definitivamente, no creo en el Transantiago, el nuevo sistema de transporte público que hará su ingreso formal y definitivo el próximo 10 de febrero en nuestra capital. Y menos en que se haya fijado una tarifa de $ 380 por los próximos seis meses. ¿A quién pretenden engañar? Con esta tarifa no puede financiarse el servicio, o alguien creerá que todos los transbordos -que serán gratuitos en un comienzo- se financiarán sin recibir dinero.
No me lo creo. No creo que haya habido una buena planificación. El Metro colapsará cuando empiecen las clases en marzo y esté todo el mundo en Santiago. Si ya es casi imposible usar el Metro en las horas punta (que tienen una tarifa alta para evitar tanta afluencia), qué sucederá en los primeros meses de funcionamiento, en que la tarifa alta bajará a $ 420 y se estima que llegará el doble de gente a las estaciones.
No veo solución para esto. No basta con tener más guardias y guías, pues las estaciones y los andenes no darán abasto simplemente. Parece que las autoridades no han ido a la Estación Tobalaba en las horas críticas, pues es simplemente un caos.
Pero volviendo al Transantiago, no me cabe duda que el sistema colapsará rápidamente y nos veremos enfrentados a innumerables soluciones de parche, como ocurre frecuentemente en Chile. Las tarifas deberían subir bruscamente para hacer viable el sistema, ya que, entre otros problemas, el sistema de pago con la tarjeta Bip provocará una merma de ingresos para las empresas operadoras, pues no se podrá controlar a todo el que sube a las ¿¡modernas?! máquinas que sirven los recorridos de acercamiento ni a las que cubren los tramos llamados troncales. En las horas puntas, muchas personas suben por las puertas traseras o empujándose por la puerta delantera, las que no podrán (y no querrán en muchos casos) pagar su tarifa. No podrán poner guardias ni inspectores para esto, lo que redundará en menores ingresos para los operadores, los que se verán forzados a subir las tarifas.
Y no quiero agregar nada respecto a los trayectos y sucesivos transbordos que nos veremos obligados a hacer para llegar a nuestros destinos, pues me parece contrario a la supuesta mejora en la calidad de vida que nos traerá este nuevo sistema. No me pueden decir que le mejorará la calidad de vida a un obrero que necesitaba tomar una sola locomoción para llegar a su destino (y quizás muchas veces iba cómodamente sentado, aunque el bus fuera lleno) y ahora deberá hacer varios transbordos -bus de acercamiento, luego un Troncal que lo llevará al Metro y quizás otro bus de acercamiento para llegar a su destino final- lo que implicará malos ratos, esperas, atochamientos y hasta un mayor tiempo de espera, sin contar que más temprano que tarde tendrá que pagar muchos de esos viajes que por ahora serán gratuitos.
Hay varios otros aspectos que me merecen reparos, pero sólo llegaré hasta aquí. En síntesis, no creo en el Transantiago.