viernes, 2 de marzo de 2007

Añoranzas

¿Qué pasó con nuestro Metro? Sólo hace unos meses atrás, seguía siendo un orgullo para nuestra ciudad. Cómodo y rápido. Limpio y expedito. Era un agrado subirse en verano para evitar el inclemente sol.
Ahora, en cambio, convertido en el eje principal del Transantiago, es un verdadero martirio. Y lo peor de todo es que estamos obligados a usarlo, pues la locomoción colectiva cubre un porcentaje mínimo de los antiguos recorridos (las añoradas micros amarillas, con todos sus defectos, siempre estaban disponibles: uno salía a la calle y tenía múltiples alternativas). Pero sigamos con el Metro; de ser el mejor medio de transporte, hoy no da un servicio de calidad, pues el hacinamiento es intolerable, los accesos pequeños crean largas colas, los andenes se hacen estrechos (espero que no suceda un accidente con la presión que ejerce la masa tratando de entrar a los trenes), se dificulta entrar a los trenes ya que la cantidad de gente que sale es demasiado -no sería mala idea destinar accesos únicos para salida e ingreso, de modo que mientras se desocupa por un lado se llena por el otro- en fin, es un desastre que se agravará aún más con la entrada de casi 700.000 escolares en las dos siguientes semanas y de los cientos de miles de universitarios que aun gozan de sus vacaciones, lo que hará colapsar totalmente ciertas estaciones y no veo cómo lo van a solucionar.
Pero no hay que cargarle todas las culpas al Metro, sino que al proyecto Transantiago en general, pésimamente diseñado (parece que las encuestas "origen-destino" que se hicieron en su oportunidad fueron contestadas por muy pocos santiaguinos, ya que al parecer en éstas se basaron para diseñar los recorridos).
Es muy claro que los mayores problemas se encuentran en las comunas periféricas, pero no es menos cierto que todos nos hemos visto perjudicados de una u otra manera. Mi caso, aunque viva cerca del Metro, es un vivo ejemplo. Para llegar a mi oficina, ubicada en pleno centro de Santiago, tenía a mi disposición al menos 10 recorridos de microbuses que me servían (me bajaba en Santo Domingo con Puente), por lo que llegaba en diez minutos a mi oficina. Para la vuelta, tenía aún más opciones en calle Merced, para llegar a mi destino (Providencia con Miguel Claro), además que tenía a mis pies el Metro que tomaba en días de lluvia o de mucho calor.
Hoy en día no existe ningún recorrido que me sirva (salvo dos que pasan por la Alameda y me dejan a seis o siete cuadras de mi trabaja), obligándome a tomar el Metro como única alternativa viable (Ok, me pueden decir que puedo caminar -total 2,5 Km hace bien y media hora de ejercicio me serviría para bajar de peso- o tomar taxi, pero no son las mejores opciones- encontrándome con las pésimas condiciones antes señaladas. Mejor calidad de vida, jamás; más rápido, quizás algunas veces.
Y este es un ejemplo nada de grave a decir verdad, que no se compara con lo que tienen que sufrir tantos otros que no tienen opciones, o que tienen que levantarse horas más temprano o caminar varios kilómetros y hacer varios transbordos, etc.
Se dice que la contaminación ha disminuido; que la congestión también; es cierto hasta ahora, pero me parece que todo ello se compensará con la enorme cantidad de autos que empezarán a circular por la ciudad, lo que llevará esos niveles de contaminación a los mismos de siempre o quizás más altos.
No me gusta ser tan crítico, pero la verdad es que no me ha gustado el Transantiago. Espero que funcione, que el cambio cultural a que se refieren las autoridades -que no ocupan por supuesto el Transantiago- se concrete y este sistema, más temprano que tarde, empiece a funcionar bien.

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