A todos nos ha pasado más de alguna vez. Al calor de una discusión perdemos los estribos, nos enojamos descontroladamente, la ira nos invade, nos nubla la razón, atacamos y agredimos verbalmente -al menos en mi caso jamás físicamente- sin medir las consecuencias, sin considerar que esas palabras hirientes dejan huellas indelebles en quienes las reciben, sin sopesar el daño que producen, que no se soluciona luego con un simple perdón.
Es como la clásica historia que todos conocemos del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en que el connotado y respetable doctor inglés se transforma en el asesino y despreciable Mr. Hyde, que representa lo más bajo del instinto humano, el odio, la furia, la venganza, en fin, en una palabra: el mal.
Y eso parece que sucede con nosotros cuando perdemos la razón: aflora nuestro propio Mr. Hyde que permanece la mayor parte del tiempo dentro nuestro sin que lo percibamos, como dormido, sin aparecer, sin hacerse notar, hasta que estalla y se apodera de nosotros, actuando en su salsa, rodeado de ira, demostrando a veces tanto resentimiento que llega a parecer odio, en una actuación que pronto quisiera olvidarse pero muchas veces las secuelas quedan por largo tiempo, dependiendo del daño que se haya hecho.
Lo importante es conseguir que este Mr. Hyde que habita en todos nosotros no resucite, no se presente, controlarlo, para que no vaya a pasar que él nos controle a nosotros, apareciendo cada vez más seguido y apoderándose finalmente de nuestra personalidad, como le pasó al pobre Dr. Jekyll.
3 comentarios:
¿Verdad que si? porque a veces las palabras hieren más que los cuchillos y cuesta olvidar cuando ese Mr. Hyde es el lado B de las personas que queremos...
Nada más que decir.
Un beso
Yve
Cierto, hay que tenerlo atado. Saludos.
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