miércoles, 24 de mayo de 2006

Del baúl de los recuerdos

La memoria es muy frágil (y la mía más que ninguna al parecer) y a veces los recuerdos pierden esa temporalidad tan importante para fijarlos en el tiempo. En este caso particular, recordaba perfectamente el hecho, pero no así la fecha -y estaba bastante perdido en realidad- y lo que era más trágico para mí, había extraviado lo único que me permitiría comprobar ese dato y además reproducir lo obrado: me refiero a las planillas de anotación de las partidas de ajedrez del III torneo sudamerica de ajedrez interempresas, que jugamos en Brasil a principios de la década del '90 con el representativo de Entel y que ganamos con holgura.
Aunque parece nimio, estas planillas las busqué toda la vida. Eran el único testigo de esa época tan linda en que el ajedrez llenaba parte importante de mi vida y me daba grandes satisfacciones. Quizás esto sólo lo comprendan quienes hayan jugado ajedrez en forma competitiva, y por esto la importancia de guardar como recuerdo las planillas en que se anota la partida, se consigna el resultado de la misma y se firma en señal de aceptación de éste, como puede verse en la imagen que acompaña estas palabras.
Pero resulta que las tenía mi padre, gran ajedrecista que representó muchas veces a Chile en encuentros internacionales, quien me las entregó hace unos días al encontrarlas casualmente.
Así, volvieron a mis manos esas añoradas -y perdidas según creía- planillas que reabrieron estos hermosos recuerdos. Dicho torneo se jugó a fines de abril del año 1992, en Caiobá, pequeño balneario turístico brasileño, cercano a Curitiba. Por nuestro país participaron, además de Entel, los equipos de CTC y MOP, reforzados por grandes ajedrecistas. Participaron además equipos argentinos, brasileños y peruanos, con el beneficio de contar con un jugador profesional en sus filas.
Nuestro equipo lideró todo el torneo. Lo conformaban grandes jugadores, como Rodrigo Vázquez (actual Gran Maestro), Marcelo Duarte, Manuel Abarca, todos campeones chilenos de la especialidad y los otros de menos pergaminos entre los que recuerdo a Leonardo Avila, Pablo Toloza y Francisco de La Puente.
Mi actuación, jugando en los tableros quinto y sexto, fue destacada: cuatro triunfos y un empate, en la ronda final y por acuerdo de los capitanes, ya que con eso asegurábamos el primer lugar.
Muy buenos recuerdos de esos tiempos: el hotel bastante bueno (no tanto como el Hotel O'Higgins de Viña del Mar, sede del campeonato anterior y donde igualamos el primer lugar con el equipo de la CTC), el mar exquisito, la comida ídem, en fin, todo estupendo.
Y todos estos recuerdos se gatillaron por unas simples planillas de ajedrez, que para mí son un verdadero tesoro.

jueves, 11 de mayo de 2006

Nuestro Mr. Hyde a veces aflora

A todos nos ha pasado más de alguna vez. Al calor de una discusión perdemos los estribos, nos enojamos descontroladamente, la ira nos invade, nos nubla la razón, atacamos y agredimos verbalmente -al menos en mi caso jamás físicamente- sin medir las consecuencias, sin considerar que esas palabras hirientes dejan huellas indelebles en quienes las reciben, sin sopesar el daño que producen, que no se soluciona luego con un simple perdón.
Es como la clásica historia que todos conocemos del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en que el connotado y respetable doctor inglés se transforma en el asesino y despreciable Mr. Hyde, que representa lo más bajo del instinto humano, el odio, la furia, la venganza, en fin, en una palabra: el mal.
Y eso parece que sucede con nosotros cuando perdemos la razón: aflora nuestro propio Mr. Hyde que permanece la mayor parte del tiempo dentro nuestro sin que lo percibamos, como dormido, sin aparecer, sin hacerse notar, hasta que estalla y se apodera de nosotros, actuando en su salsa, rodeado de ira, demostrando a veces tanto resentimiento que llega a parecer odio, en una actuación que pronto quisiera olvidarse pero muchas veces las secuelas quedan por largo tiempo, dependiendo del daño que se haya hecho.
Lo importante es conseguir que este Mr. Hyde que habita en todos nosotros no resucite, no se presente, controlarlo, para que no vaya a pasar que él nos controle a nosotros, apareciendo cada vez más seguido y apoderándose finalmente de nuestra personalidad, como le pasó al pobre Dr. Jekyll.