
Cientos de miles de chilenos (sí, muchos han venido de provincias especialmente para ver este espectáculo) han podido observar de cerca a esta maravilla, de siete metros de altura y con casi treinta toneladas de peso, que fascina por igual a chicos y grandes, de una ternura impresionante, tan bien accionada que pareciera viva. El trabajo de sus gestos, de sus ojos es simplemente genial, si se tiene la impresión que mirara todo a su alrededor.
Como podrán adivinar, he sido uno más de los que han caido rendido a su encanto. Tuve el privilegio de verla en la Plaza de Armas de Santiago, en la tarde del viernes pasado, desde un s
exto piso, lugar que me daba una excelente perspectiva de todo lo que significado esto para Santiago. La gente reunida era impresionante. Se calculaba en más de 30 mil personas sólo en ese lugar, la que seguía admirada cada movimiento de la Pequeña Gigante, hasta verla acostarse y descansar en su enorme cama, para seguir al día siguiente con su tarea, encomendada por la propia Presidenta de la República, capturar a un gigante rinoceronte, el que -debido al nerviosismo de la ciudad- ha causado algunos destrozos por todo el centro de Santiago, tal como nos muestra la fotografía, de dos microbuses destruidos frente al Palacio de La Moneda.

La magia de la historia, la ilusión de ser parte de un proyecto tan vivo y cercano a la gente, la fuerza de la representación magistral que logran sus liliputenses operadores, se conjugan para crear un espectáculo como no se había visto nunca por estos lados. Familias enteras disfrutando de una fantasía colectiva que ha revolucionado la capital. En muchos puntos de ésta hay rastros del paso del asustado rinoceronte y todos queremos ser parte del momento en que la Pequeña Gigante lo encuentre y lo calme, sentirnos participando de una historia única y nuestra, que nos haga olvidar todos nuestros problemas y vivir por algunos minutos un verdadero cuento de hadas, en que todo es posible.
